Vamos con esta propuesta en 5 ideas:

1 > Se trata de fijar un tiempo concreto y preciso que vas a dedicar a la tarea que tanto te incomoda, que te da mucha “rabia”. Lo debes determinar en función de varios aspectos: importancia, urgencia, disponibilidad, interés… Aquí no existe un estándar. Pueden ser 10’, 15’ o media hora. Todo en función de la rapidez con la que se quiera acometer la tarea. Por lo general, tiempos de 30’ pues es un periodo que permite centrarse en una labor concreta y esa cantidad de minutos permite afrontar cualquier tarea.

2 > Después hay que establecer la frecuencia con la que vas a ejecutar estos minutos de la rabia: diariamente, tres veces en semana, dos veces al día… La respuesta está en la importancia que le quieras dar a la resolución de la tarea. Si quieres avanzar con celeridad, más tiempo con mayor frecuencia. Si se trata de establecer un refuerzo (de un idioma o de una asignatura) menor tiempo con frecuencia media.

3 > Tienes que plasmar por escrito en un calendario los periodos que has asignado para ejecutar esos minutos de la rabia. Si tienes una representación tangible de tu planificación, serás consciente de que estas buscando soluciones y estableces un compromiso.

4 > Evaluar con carácter semanal cómo va evolucionando tu planificación: si se está cumpliendo, si hay que ajustar tiempos, si los objetivos se están alcanzando, si es necesario pautar refuerzo de tiempo… A la vista de este análisis, debes corregir lo que sea necesario.

5 > La clave de esta técnica radica en la constancia y en el hábito. Los minutos de la rabia se sustentan en el compromiso personal de hacer lo pautado con la frecuencia descrita. No es una imposición externa, es un acuerdo que tu estableces, por lo que su cumplimiento es inaplazable.

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