Hay veces que las cosas salen mal

Hay ocasiones en las que, sin quererlo ni buscarlo, todo se alinea de tal manera que parece que se hubiera conjurado el mundo contra nosotros. No existe una pauta o una razón que lo justifique, pero la realidad es que, hagamos lo que hagamos, todo saldrá mal. O eso pensamos.

Es una situación compleja de gestionar porque la reacción inmediata (y comprensible) pasa por poner todo patas arriba, mirar hacia otro lado y tirar la toalla al tiempo que proferimos todo tipo de juramentos.

“¿Por qué tengo yo que soportar esto? Yo no he hecho nada para que todo esté en mi contra.” Esta es la pregunta que, como un resorte, se agita en nuestra cabeza. Luchar contra nuestra mente suele ser una batalla perdida. Es mucho mejor tenernos de aliados que de enemigos. Si nos tratamos de defender y actuar “por las malas” contra nuestros pensamientos gastamos recursos que no conducen a ningún lado y que, por otra parte. tampoco solucionan el problema.

Existen ocasiones en que se produce una causa real que ha generado la situación. Hoy no hablo de eso. Me refiero a los momentos en los que vemos confabulaciones preparadas contra nosotros. Vemos fantasmas que nos acechan y nos persiguen.

La lógica siempre debe explicar estas situaciones. En la mayor parte de las veces, todo no es más que un cúmulo de coincidencias que nos amargan durante un buen rato con una dureza extrema. Este debería ser el fin de la situación, pero no es así y continuamos empeñados en ver gigantes donde sólo hay molinos.

Cuando nos invade una situación de características similares creo que debemos optar por la razón amparada en el sentido común.

Vayamos por partes.

El primer paso que debemos dar es mantener la calma. Sencillo de decir pero complicado de ejecutar. Si perdemos el control de la situación, ésta decidirá por nosotros. Serán los nervios, el mal momento o el soberano enfado que tenemos los que dominarán el escenario. Seamos racionales de manera que logremos encuadrar qué pasa y por qué pasa. Como casi todas las habilidades humanas, esto se aprende, perfecciona y se lleva a la práctica. No conozco a nadie que se ponga a bucear por primera vez y su aguante bajo el agua sea infinito. Aprendamos a encarar estos momentos. Practiquemos el control mental y la relajación (que además nos va a servir para otras muchas ocasiones).

En segundo lugar, analicemos bien qué está ocurriendo. Aquí debemos tener preparadas una batería de preguntas estándar que nos darán pistas sobre la situación que está ocurriendo:

Por lo general, estas situaciones son tremendamente explosivas y ruidosas, pero luego tienen poca influencia y consecuencias. Lo que sucede es que son altamente desestabilizadoras y esa es su gran potencia dañina. Definamos y fijemos concienzudamente el daño causado, si es que lo hay, y avancemos.

El tercer paso consiste en ver por qué se han producido esos acontecimientos:

Todo lo que posea potencialidad para causar algún problema, debe ser contemplado siempre como una variable anómala en cualquier situación. Si, además, se trata de un proyecto hay que cuantificar su impacto en el supuesto de que se produjera. Aquí hay que llegar al origen de la situación solicitando la colaboración de todas las personas implicadas. Los equipos tienen aquí que delimitar perfectamente los parámetros que han llevado al hecho producido.

Por último, planificar a futuro la posible reincidencia del acontecimiento. Si sabemos las circunstancias en las que algo puede suceder, fijemos medios para mitigarlo. Carece de sentido saber que si una carretera esta cortada la utilicemos a futuro como atajo.

Pensar que todo nos sale mal sin que nosotros hayamos intervenido es una forma de justificar de manera externa (como si no nos atañese) un comportamiento propio. Si diseccionamos las situaciones, comprobaremos que la solución, una vez más, está en nuestras manos y en la aplicación de unas dosis de positividad.

En la próxima tormenta, antes de conjurarnos contra las nubes veamos si teníamos previsto el paraguas.

Y tú ¿qué opinas?

Imagen © CdZ

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