Nos gusta encontrarle sentido a las cosas. Es una característica del ser humano. El porqué de las cosas es algo que queremos tener siempre presente. Pese a eso, la manera en la que realizamos muchas actividades parece que choca con la primera afirmación. Damos la sensación de que no reparamos en aquello que estamos haciendo, simplemente lo hacemos por una cuestión de hábito, inercia o rutina. No apreciamos en nuestra actividad un interés especial por acometer cualquier tarea con el máximo de satisfacción.
La idea de la motivación se puede aplicar en dos ámbitos. En el primero, se focaliza en la resolución óptima de la tarea misma. Aquí lo prioritario es, sin duda, el resultado. Hay que acabar y llegar a lo acordado.
En el segundo, se pone la atención en la satisfacción de realizar la actividad. En este momento, el propio camino de la tarea es el que nos guía y nos genera deleite, en ocasiones, hasta euforia.
Nadie pone en duda que a todas las personas nos satisface hacer bien el trabajo o desarrollar una tarea al máximo nivel. Esto estaría relacionado con el primer ámbito referido. Pero debemos ir más allá y alcanzar el segundo ámbito que mencionaba ya que se alimenta directamente del grado de motivación que empleemos.
La motivación es la fuerza que nutre toda la actividad del ser humano. Realizamos trabajos, desarrollamos ideas, nos implicamos en proyectos, apoyamos ideales, nos comprometemos, o nos enrolamos en planes que nos resultaban ajenos gracias a la motivación que encontramos en todos estos actos. Nos mueve lo que nos motiva.
Si consultamos la definición de motivación en el Diccionario de la Real Academia encontramos cuatro acepciones para el verbo motivar.
Las dos últimas inciden en el sentido más externo de la acción. Hablan de una manera extrínseca posicionando la fuerza fuera de nosotros ayudando a un tercero a despertar su interés. Es la motivación de la ayuda, del acompañamiento que realicemos, de la labor de facilitador que tanto defiendo. Todo parte de nosotros, aunque el destinatario sea otro u otros. Ayudamos a que se ayuden. Esta idea está totalmente imbricada con el coaching y la mentoría.
El artículo de hoy lo he titulado «Qué hacemos para motivarnos», empleando el verbo en su forma reflexiva de manera consciente. Aquí centro mi interés radica en las dos primeras definiciones del diccionario, aquellas que hablan del impulso personal de cada uno. Motivarse es buscar sentido a nuestras acciones. Es dotar de un propósito a todo lo que pensamos, imaginamos, inventamos, contamos, discutimos, negociamos o soñamos. Es la energía mental que nos impulsa, aunque en ocasiones nos resulte difícil encontrarla. Y es en este campo donde debemos trabajar buscando salidas cuando el camino se nos presenta cegado o sus lindes no están muy claras.
Me gustaría contaros una situación a nivel personal que me sucedió durante la pandemia.
En julio de 2013 comencé un proyecto en internet basado en el desarrollo personal y la productividad. Se trataba de la web Manías y tonterías. Esta página estuvo activa durante ocho años, hasta julio de 2021. Muchos de vosotros la conocisteis.
En ella desarrollaba temas como la organización, la planificación, la motivación, la gestión del tiempo, el aprendizaje, el trabajo en equipo, las reuniones, los procesos de estudio, el liderazgo, los conflictos… temas en los que llevo trabajando a nivel profesional más de 35 años.
En la página se publicaron más de 150 artículos abordando estos temas (algunos incluso en formato podcast). La recurrencia era, más o menos, quincenal. Fue un trabajo silencioso, pero con gran repercusión en aquellos que lo siguieron; costoso pues lo realizaba además de muchas otras actividades que englobaban mi vida, pero por encima de todo, motivador por las respuestas de todos los lectores, de todos los mensajes en aquellos ocho años.
Y llegó la pandemia.
Durante el año 2020 se publicaron en la página tres entradas (dos en el mes de mayo y una en el mes de junio) frente a las casi veinte de los años anteriores ¿Por qué ocurrió esto? Releyendo el borrador de este artículo, la primera reacción que me ha suscitado es buscar una excusa. Una defensa ante lo que no se ha realizado. Achacar a causas externas la propia responsabilidad que uno ha adquirido consigo mismo.
El año 2020 puso a todo el mundo cabeza abajo trastocando todo aquello que conocíamos y todo a lo que estábamos acostumbrados. La vida ya no era la vida de antes: el pensamiento cambió, las formas cambiaron, las personas, dueñas de todo lo anterior, cambiamos. Estuvimos, estamos, sumergidos en un nuevo mar en el que debemos aprender a nadar. Nos estamos resistiendo a pensar que son las mismas aguas, pero esto no es así por mucho que oigamos en los medios la frase “todo ha vuelto a los niveles prepandemia”. Aquello que no pensábamos que era importante tomó los primeros puestos. Se establecieron otras rutinas, diferentes horarios, distintos hábitos que hicieron que, sin apenas darnos cuenta, relegaran una parte de la vida que teníamos.
En aquel año también, en una conversación informal con un amigo, surgió el tema de la rutina en su sentido más nocivo: la automatización obligatoria de algo que no nos apetece hacer. He defendido en esta página que las rutinas son magníficas generadoras de hábitos, pero mi amigo me hizo el comentario vinculándolas a la obligación sin el disfrute añadido, ahí radicaba la sutil diferencia.
Yo me llevé la reflexión a la página y a la falta de publicaciones y pensé si este era uno de los motivos por los que no había escrito en aquellos meses (aunque había continuado escribiendo, pero en otros ámbitos) y si el blog se había convertido en una obligación.
Acabé la conversación con mi amigo, pero la idea persistía sin abandonarme ¿había llegado el cansancio a mi web? Tomé papel y lápiz y comencé a hacer un resumen de lo que había resultado la página durante todo el tiempo que llevaba publicándose y ahí fue donde estalló una primera chispa.
Repasé los artículos, recordé cómo habían surgido, rescaté los cuadernos y libretas donde estaban todos los manuscritos, releí las decenas de comentarios escritos por personas desconocidas para mí pero que se identificaban con lo que leían, con lo que había escrito.
La segunda chispa brotó una tarde en la que, después de una valiosa sesión de coaching, pude poner nombre y apellidos a aquello que pasaba: ¿dónde se había quedado la motivación que siempre acompañó a Manías y tonterías?
En mi caso, la motivación tenía una doble vertiente que la convertía en aún más poderosa. Por un lado, estaba la interna, provocada por todo lo que enumeraba antes y por las sensaciones que me producía. No hay mayor placer para alguien que escribe que el propio acto de la escritura.
En segundo lugar, la externa, localizada en todas las personas que durante este tiempo sin publicar me dijeron “se te echa de menos”, “¿este mes no hay artículos?”, “qué pasa que no publicas”. No hay mayor placer para alguien que escribe como tener lectores que están presentes y lo manifiestan.
De esto han pasado casi tres años y sigo sin saber por qué se produjo aquel parón en la publicación. Lo que sí averigüé fue dónde radicaba mi motivación al tener aquel espacio en internet y aquello se convirtió en el germen de lo que hoy es Cambio de Zona.
No es fácil pasar de la inercia a la acción sobre todo si no le encontramos el motivo (palabra de la misma familia semántica que motivación). Aquí comienza un trabajo de reflexión y análisis. Hay que poner delante de nosotros todo aquello que hace que las cosas no funcionen como nos gustaría. Y pensar con detenimiento y sinceridad si aquello que un día nos hacía movernos sin esfuerzo, hoy debemos replantearlo. Es mucho más sencillo seguir en zonas en las que nos descubrimos cómodos, aunque no estemos bien, que avanzar en otra dirección.
Estamos a comienzos de un nuevo año y, quizás, sea el momento de buscar dónde nos nace la motivación como fuente de energía creadora. Y, si decides pedir acompañamiento, es el momento de valorar qué tipo de servicio necesitas. Te dejo enlace para que descubras las opciones.
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