No hace mucho un amigo me comentó que se iba a amputar un dedo. Después del primer segundo de asombro, sonreí. ¿Qué ha pasado?, pregunté sabiendo que había una historia detrás que merecía ser escuchada.
He recibido esta tarde un correo electrónico, comenzó relatando. En él se agradecía efusivamente a una persona por una labor concreta muy bien desarrollada. En definitiva, era el típico mail en el que se regala el oído del destinatario.
Yo, me contaba mi amigo, no tenía nada que ver con el asunto pero estaba incluido en copia oculta para tener conocimiento del tema y porque el emisor quería mantenerme informado.
Creí necesario, siguió diciendo mi amigo, felicitar a la persona que había logrado la gestión (el emisor del mail). Y así lo hice. Escribí unas frases en las que, con ciertas dosis de humor y guasa, alababa la labor.
Aquí viene el problema, me dijo mi amigo. Cuando envié la respuesta, elegí la opción responder a todos en vez de sólo dirigirme a quien yo quería. No había acabado de soltar el botón del ratón cuando todos los abismos se abrieron ante mí. Calificar todo esto de ruina, desastre o calamidad era poco. Ese correo ponía en serio peligro las gestiones futuras con ese cliente.
Quería, cuando menos, desaparecer, dijo mi amigo.
En el correo, con un tono de ironía mezclado con cachondeo, se vacilaba abiertamente al emisor del mensaje al tiempo que se hacía chacota del destinatario. Un vodevil.
El pánico de los primeros instantes dio paso a la solución ingeniosa: lo que era un problema se convirtió en una solución. Se le dio la vuelta a la interpretación del correo malicioso para convertirlo en algo que era una noticia maravillosa. Donde había mofa, se transformó en respeto y admiración.
Cuántas veces nos ha pasado que hemos visto la luz cuando estábamos caminando por un túnel hacia un precipicio. Un leve rayo que ha servido para sujetarnos a la pared y no caernos. En más de una ocasión hemos tenido unos reflejos propios de superhéroes que nos han permitido pasar de un cuadro oscuro con fondo negro a la plena luz del día.
Este cambio se ha producido en nuestra cabeza cuando hemos activado toda nuestra capacidad de pensar en positivo. Somos capaces de ver ventajas donde antes sólo había inconvenientes. Pasamos del vaso medio vacío a la jarra rebosante de agua.
Ni ha cambiado lo que hemos hecho, ni las circunstancias, ni si quiera hemos podido dar marcha atrás en lo que se ha producido. Mucho más complicado y, a la vez, mucho más sencillo. Nuestra cabeza, nuestro pensamiento, ha decidido que donde veía una debilidad apareciera una fortaleza. Hemos confiado en nosotros mismos y en nuestra capacidad de remontar una situación. Quien generó el problema se erige como solución del mismo.
Si pensáramos que el abismo continuara abierto bajo nuestros pies, hubiéramos saltado. Pero no hemos visto infiernos por ningún sitio, si no soluciones.
Las que nosotros hemos aportado.
Imagen © Gerd Altmann