La aspiración de todo estudiante es poder llegar a desarrollarse como un buen profesional dentro de la rama del conocimiento que ha elegido. Son muchos los años de preparación que tienen que transcurrir hasta que se alcanzan unos niveles mínimos de competencias y, sobre todo, de habilidades en las empresas.
El camino es arduo en la mayoría de los casos ya que, paralelamente al desarrollo intelectual de las personas, se va produciendo una maduración en otros ámbitos de su personalidad. En definitiva, se trata de la transición de los jóvenes a la vida activa y adulta, a su inserción en la sociedad desde el punto de vista profesional y laboral.
Esta situación se complica más aún cuando se accede al primer puesto de trabajo. La inexperiencia es la constante que predomina en los currículos de los nuevos trabajadores.
La tendencia actual que se produce en todos los países occidentales es dilatar la incorporación de los jóvenes al mercado de trabajo. Pasan más tiempo en las etapas de educación y de formación. Se produce además un fenómeno caracterizado porque estos se convierten en profesionales de la formación, ya que se encuentran permanentemente matriculados en diferentes cursos. Son personas con altísima formación pero con escasas ofertas de empleo vinculadas a su preparación académica. Esta incertidumbre laboral conduce de manera inexorable a la desmotivación.
La separación entre mundo escolar y mundo laboral es perjudicial para ambos entornos. De no producirse una aproximación entre ambos, las instituciones escolares serán las más perjudicadas ya que perderán el reconocimiento social de ser las entidades encargadas de preparar a los jóvenes para la vida profesional.
La escuela ha perdido su monopolio como único lugar donde se puede aprender. Las habilidades profesionales se desarrollan mejor en las situaciones reales en las que son necesarias. Para ello, la colaboración entre escuela y empresa debe ser ampliada y situarse en el centro de los programas académicos.
Parte del origen de este problema, siendo uno de sus principales obstáculos, radica en el desconocimiento y la desconfianza entre el sistema formativo y el empresarial. Para superar estas trabas, es imprescindible un proceso de apertura que garantice abundante y transparente información. La eficacia del sistema escolar podría ser juzgada por el sistema empresarial y, de modo recíproco, las políticas de selección, promoción o formación de los recursos humanos de las empresas podrían ser evaluadas por las instituciones de educativas.
La convergencia entre las dos culturas será posible si producen beneficios para ambas. La colaboración entre escuela y empresa debe establecerse como una estrategia a medio y largo plazo. Y todo debe basarse en la innovación y renovación de las instituciones de formación, que se encuentran en cada ámbito territorial concreto y próximo a las realidades y necesidades de los sectores productivos.
Si se lograra una estrecha colaboración entre lo educativo y lo empresarial, asistiríamos a un incremento de la calidad en el trabajo y en el ámbito educativo. Todo ello redundaría en mejores estudiantes, mejores trabajadores y, por ello, una sociedad mejor.
En primer lugar, hay que establecer una sólida relación entre ambos ámbitos analizados. Se da por supuesta una relación que muchos casos es inexistente. No podemos constituir buen contacto entre los dos mundos si no hay puntos de unión entre los mismos.
Las instituciones educativas tienen como objeto preparar a los individuos para que se integren en la sociedad de la manera más adecuada. Son los responsables, desde cualquiera de sus estamentos, de que las personas alcancen el máximo grado de madurez personal, de conocimientos y de habilidades.
Dejamos transcurrir el tiempo sin exigir que los alumnos de las diferentes etapas educativas alcancen un nivel mínimo de competencias y, llegado a un nivel concreto, les requerimos que, para integrarse en el mundo laboral, cumplan con unas características de las que no tienen ninguna referencia.
La disociación entre escuelas, colegios o facultades y las empresas es algo patente y que a muy pocos les ha preocupado corregirlo. La empresa, como pilar del sistema económico, tampoco ha mirado hacia el mundo educativo como un aliado para su cometido. Parece irracional que desde donde surge el empleo y la ocupación laboral no se vea al mundo educativo como la cantera de sus profesionales.
Si existiera un diálogo que permitiera saber qué se hace en las empresas, cuáles son sus requerimientos, qué tipo de profesionales son los que se precisan, qué líneas de negocio dentro de cada sector son las más punteras, qué personas se necesitan para llevarse a acabo… la empresa vería al mundo educativo como un recurso que le proporciona las personas necesarias, con una formación acorde a sus necesidades.
Una de las reclamaciones constantes del mundo empresarial es que la formación que se imparte en las facultades está alejada de la realidad de las empresas. ¿Alguien se ha parado a pensar si los diferentes programas educativos de las titulaciones superiores se corresponden con la demanda laboral del mercado? ¿Necesitan las empresas tantas promociones anuales de las distintas especialidades académicas?
Al igual que las empresas de servicios adecuan la oferta de sus productos a la demanda del mercado, las instituciones educativas deberían adaptarse a las tendencias del mercado laboral. Si suponemos que es lógico que una empresa de comunicaciones deba adaptarse al mercado, no sería absurdo que alguien se dedicase a fabricar masivamente teléfonos con las prestaciones de hace 15 años. Entonces, ¿cuál es la razón por la que nos empeñamos en «fabricar» miles de titulados cuya preparación se rige por unos parámetros muy alejados de la realidad laboral y de las necesidades profesionales del mercado de trabajo?
No existen, de manera generalizada, programas educativos basados en el aprendizaje a través de la práctica, en los que, por ejemplo, los estudiantes crean y dirijan empresas. El plan de estudios de cualquier titulación debería ofrecer más oportunidades de incluir esos programas en su currículo formativo de un modo coherente y se debería ofrecer formación a los docentes como otro modo de incentivación y motivación.
Un colectivo esencial podría beneficiarse de procesos de formación en las empresas: el profesorado. En la actualidad, la falta de formación de muchos docentes sigue constituyendo un obstáculo importante. Toda estrategia de implantación de la educación en el espíritu empresarial que se considere completa ha de tenerlo en cuenta. Hasta ahora, las medidas adoptadas para formar a los docentes han sido esporádicas e insuficientes. Es esencial que el profesorado también reciba formación adecuada para enseñar habilidades relevantes para el mundo empresarial.
La solución debería partir, en primer lugar, de un compromiso por parte de los legisladores. Aunque corresponde a los ámbitos privados de la empresa y a los concernientes del sistema educativo, el compromiso político se debe concretar en acciones bien definidas. Esto puede exigir una modificación de los planes de estudios, la creación de una serie de medidas de apoyo para animar a los centros a participar en la educación en el espíritu empresarial, la subvención de horas de formación en prácticas en empresa o, para mejorar la conexión de la universidad con el mundo empresarial, la creación de cátedras de empresa.
El establecimiento de relaciones eficaces entre los sectores público y privado constituye un aspecto crucial del impulso de la educación en el mundo empresarial. Estos programas, que recaban apoyo del mundo empresarial en diversas formas (desde la financiación hasta la participación activa de empresarios en la enseñanza) pueden ofrecen posibles modelos de cooperación.
La formación en centros de trabajo se ha convertido en un mecanismo relevante de relación entre el sistema educativo y las empresas. Estas prácticas son una vía de entrada al mercado de trabajo para los titulados.
Esta colaboración actúa como una fuente de selección de personal y existe una elevada satisfacción de las empresas con las prácticas y su utilidad para acercar el sistema educativo al mundo laboral.
El cambio que han tenido las empresas, producto de las nuevas tendencias internacionales de los mercados en que compiten, obligan a buscar empleados con características hasta hace algunos años exclusivas de cargos ejecutivos: iniciativa, liderazgo, motivación, asertividad, proactividad o innovación. Estas competencias forman parte del perfil de un trabajador más profesional, competitivo y dispuesto a superar los desafíos con el fin de conseguir metas específicas.
El futuro debemos plantearlo como una gran oportunidad en la que estudiantes y trabajadores salgan beneficiados. Solamente si ponemos cimientos desde las primeras etapas de la formación conseguiremos ciudadanos capacitados con competencias laborales adquiridas de manera natural. Esta es la realidad que reclaman las empresas y que no nos podemos negar a aceptar.
Benjamín Franklin condensó a la perfección estas ideas en la siguiente cita: “Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo.”
Imagen © Scott Graham