El 14 de octubre de 2012 Félix Baumgartner se lanzó desde una altura de 37.000 metros. En ese momento batió tres récords de manera simultanea: mayor velocidad alcanzada por un ser humano en caída libre, el salto con paracaídas desde más altura y el mayor ascenso en globo. Aquel momento no sólo quedó grabado en los libros de récords, sino que dejó una profunda reflexión sobre el valor del riesgo y el miedo a lo desconocido.

En una entrevista posterior manifestó: “Yo nunca quise depender de la suerte, sino más bien confiar en mis habilidades, prepararme bien, adquirir la capacidad necesaria”. Toda su vida ha girado en torno a este pensamiento. Arriesgarse a hacer cosas es el motor que impulsa toda su actividad.

El miedo a lo desconocido atrapa mentalmente nuestros pensamientos. Esto no es malo, es humano. Uno de los primeros mecanismos de defensa de nuestro cerebro es evitar ponernos en peligro. Muchas de sus funciones están encaminadas a preservar de manera segura nuestra vida.

Cuando percibe un peligro o, simplemente, nos encontramos en una situación incierta para nosotros, el cerebro activa los recursos de defensa de la vida. Hace que nuestra visión se agudice o que el bombeo de sangre se dirija hacia las piernas por si debemos huir. El origen de esto se remonta a los primeros tiempos de existencia del hombre.

Ese bloqueo producido por lo desconocido lo que hace es limitarnos en la mayoría de las ocasiones. Evitamos situaciones que nos pueden poner en peligro pero también sorteamos ocasiones que nos permiten cambiar o avanzar.

¿Cuántas veces hemos rechazado un cambio en el trabajo porque no sabíamos lo que nos iba a deparar el nuevo destino? ¿Cuántas ocasiones se nos han presentado de iniciar una nueva actividad y hemos declinado la invitación por no saber qué iba a pasar? ¿Cuántos momentos hemos tenido de no estar cómodos con lo que hacemos y al final hemos continuado con nuestra rutina por miedo a lo desconocido?

Habitualmente trabajo con equipos de personas en diferentes ámbitos. La tónica general es una aversión al cambio. Cuando se les propone emprender nuevos proyectos, todo el mundo antepone quedarse en su zona de confort en vez de salir hacia lo nuevo.

Todos conocemos personas que nos dicen abiertamente “si yo hubiese sido más lanzado” o “hay trenes que pasan una sola vez y yo no me atreví a cogerlo”. Permanecer cautivo en pensamientos de algo que nunca llegamos a hacer es de las mayores torturas que pueden existir. Podemos arrepentirnos mil y una veces de nuestros actos, pero lamentarnos por algo que nunca se llegó a producir porque no quisimos es terrible.

Meditemos todo lo que sea necesario. Estudiemos las ventajas y los inconvenientes. Sopesemos los pros y los contras. Analicemos las posibles consecuencias e implicaciones de nuestras decisiones pero no dejemos que el miedo a lo desconocido no nos permita batir nuestras propias marcas. Debemos apostar por arriesgar.

La cima la establecemos nosotros. Calzarse las zapatillas y andar nuevos senderos depende en gran manera de nosotros. Superar las barreras radica en nuestro convencimiento y nuestra motivación.

Mark Twain definió muy bien este momento: “Dentro de veinte años lamentarás más las cosas que no hiciste que las que hiciste. Así que suelta amarras y abandona el puerto seguro. Atrapa los vientos en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.”

Imagen © Jakub Novacek

Si quieres recibir los recursos gratuitos del blog, suscríbete.

Política de privacidad

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *