Descubrimiento en el bosque

Siempre he tenido una gran afición por la montaña. Me recuerdo desde pequeño preparando mochilas y artilugios para pasar unos días en algún monte. Eran momentos en los que quería ver, saber y conocer más allá de lo que era mi mundo habitual.

La montaña siempre fue el lugar, totalmente distinto a la vida que todos los días tenia, que me procuró mucho e intenso conocimiento. Llegar caminando por un sendero que no anticipaba un final inmediato hasta la zona elegida para establecer nuestra pequeña civilización durante un par de días era la gran meta.

La pesada mochila era portada desde casa hasta la estación de tren y, una vez alcanzado el destino, de nuevo cargada a la espalda hasta llegar al lugar de acampada. De esta manera, semana a semana, los viajes me iban permitiendo descubrir pequeños tesoros que desde la visión de la ciudad estaban ocultos. Y así, me aventuraba por rutas que siempre me descubrían paisajes distintos, sendas desconocidas, ríos que no imaginaba o picos que ni remotamente hubiese pensado coronar.

Recuerdo la subida hasta alcanzar una laguna de montaña en la que nos bañamos en un agua gélida. O la cueva de hielo excavada en la ladera de un acantilado. También la inmensa pradera verde iluminada por miles de amapolas que proporcionaban color al paisaje. O el bosque que, habiéndolo visitado en multitud de ocasiones, siempre parecía tener luces distintas al atardecer.

Todos estos descubrimientos me deslumbraron en su momento por la belleza que irradiaban y por la sorpresa que supuso su aparición repentina ante mis ojos. Era otro mundo que me permitía conocer.

He meditado en muchas ocasiones sobre esto pensando en que lo inesperado produce en nuestra vida cambios inimaginables, pensamientos que amplían nuestra mente.

Y he trasladado esta reflexión a las personas.

¿Cuántas veces se ha abierto una puerta delante de nosotros mostrando un maravilloso paisaje humano? Una reunión que arranca con pocas expectativas pero que todo cambia cuando alguien interviene y giramos la cabeza para observar curiosos quién es la persona que habla. Ya no podemos dejar de mirar. Es una atracción, casi hipnótica, que se asienta en el subconsciente. No sabemos por qué pero nos cautivan ciertas personas sin apenas haberlas conocido.

He tenido esta vivencia en varias ocasiones. Descubrir, súbitamente, a alguien que entra sin barrera alguna en nuestro mundo. Sabemos que tiene asegurado un hueco en nuestra vida. Le damos un lugar preferente para habitarnos. Tiene cabida en nuestros momentos.

En ocasiones tiene que ver con la afinidad, en otros momentos con la coincidencia en opiniones pero también ocurre con la discrepancia. Nos atrae quien está en un ámbito diferente al nuestro. Esto se produce cuando tenemos una curiosidad constante con la gente, lo que conduce a su descubrimiento.

Al igual que me causaba sorpresa el lugar recóndito que nunca había escalado, me produce una alegría indescriptible cuando descubro y conecto con alguien sin atender a motivos pero sabiendo que en algo va a cambiarme.

Siempre admitiré que aquellos años de montaña fueron días de aprendizaje en que mi cabeza se moldeó y se expandió gracias al descubrimiento de lo desconocido y a la gran cantidad de horas de conversación que tuve.

Ahora, me gusta seguir paseando por bosques y senderos desconocidos para satisfacción de mis ojos pero no pierdo ocasión de explorar bosques humanos que tanto me enseñan y me aportan. El descubrimiento aparece ante nosotros cuando menos lo esperamos.

Imagen © CdZ

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