Me apasionan los utensilios de papelería. Me gusta todo lo que tenga que ver con el mundo de la escritura, ya pueden ser bolígrafos, agendas, lapiceros o cuadernos. Podría escribir varios libros con el material que tengo o pintar infinitos paisajes con mis lápices de colores y mis rotuladores.

No hace mucho acudí a un establecimiento a reponer hojas de colores. Buscando entre los diferentes estantes de la tienda di con lo que precisaba. Me dirigí hacia la caja al tiempo que observaba lo que iba a adquirir. Me detuve en el pasillo por el que caminaba después de leer la inscripción del taco de notas que llevaba en la mano: “No olvides que la vida tiene diferentes colores”.

Puede ser una razón bastante simplista, pero aquello me llevó a darle vueltas a la frase durante todo aquel día. No logré zafarla de mi cabeza hasta que no me puse a escribir este artículo.

La vida no se compone de un solo color. Está poblada de una variedad infinita que aporta riqueza visual a nuestra mirada. Las percepciones son múltiples como los prismas de colores que queramos usar. Las limitaciones nacen en nosotros. De nuestra cabeza manan las fronteras y los prejuicios. La realidad es inmensa y diversa. No hay una única lectura posible. No existe un único color.

Quizás deberíamos elevar y ampliar nuestro pensamiento equiparándolo a la riqueza de colores.

Los pensamientos nos abren ventanas a la realidad, a lo que vemos y contemplamos. A lo que entendemos y dudamos. No admitir que los ventanales son infinitos cercena la riqueza de opinión. No hay una verdad absoluta, muy al contrario, existe una variedad de interpretaciones tan válidas unas como otras. Las propias como las ajenas.

No poseemos el patrimonio de la verdad y la correcta opinión. Nos guste o no, aportamos con nuestro pensamiento un ladrillo más en la construcción de una gran edificación que es la realidad. Damos nuestra opinión para conformar un catálogo de verdades. Pero solo es un ladrillo, no el edificio entero.

La variedad infinita de colores posibilita al pintor que los paisajes sean más ricos, que incorporen detalles singulares o que creen una atmósfera basándose únicamente en las tonalidades.

Los pensamientos funcionan de manera idéntica que los paisajes. Cuanto mayor sea la pluralidad, el argumento o los razonamientos mejor reflejaran nuestras e ideas. Tendemos a la obcecación cuando afirmamos que nuestras reflexiones son las únicas que albergan la verdad. ¿Cuántas verdades conocemos distintas incluso en nosotros mismos? No habría más que trazar una hipotética línea histórica que nos demostrara cómo nuestro propio pensamiento ha evolucionado. Eso es muy sano e inteligente.

Cuando adoptamos posiciones de trinchera nuestra defensa de las ideas se empobrece. No somos mejores por llevar razón. Ni nuestras opiniones prevalecerán en el tiempo por tratarlas como únicas.

El diálogo es la paleta sobre la que mezclamos los distintos elementos que originan las ideas. Sobre él, se instrumenta la libertad de defender los pensamientos propios al tiempo que ponemos en el mismo plano los de los demás.

La vida tiene diferentes colores. Los que nosotros queramos crear y con los que queramos construir. Gustarán unos más que otros, sin lugar a duda, pero todos existen en nuestra mirada. Sólo hay que querer verlos.

Imagen © StockSnap

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