He cambiado el fregadero y el grifo de la cocina y creo que he metido la pata. Antes era mucho más cómodo, todo resultaba mucho más sencillo. Era mucho más fácil fregar. Era mucho más fácil lavarse. Era mucho más fácil todo. No sé por qué he cambiado, porque, aunque estaba un poco mal, realmente no sé si me hacía falta cambiarlo. Al final, cambiar el grifo y el fregadero solo me ha traído incomodidad.

Ahora me pongo a ver cómo ha quedado y pienso que de esta manera no me gusta. Antes era de otra. Es verdad que el grifo es mejor, que tiene más caudal. Es verdad que el fregadero es más profundo, más amplio. Al final, la cocina ha cambiado, es tiene un aspecto distinto, más actual. Lo que pasa es que, no sé si echo de menos el antiguo fregadero y el grifo.

En muchísimas ocasiones, cuando cambiamos algo, la transformación nos produce incomodidad, aunque pensemos que es buena.

El cambio nos genera una sensación de que no hemos hecho bien, de que estábamos mejor con lo anterior. No sabemos si satisface todas las necesidades que nosotros teníamos. Lo que nos provoca, en muchos casos, es problemas; es incomodidad; es no agradarme lo que he hecho; es plantearme que he metido la pata; es pensar para qué he hecho yo esto si realmente no lo necesitaba.

Los cambios siempre necesitan un periodo de adaptación. Es normal. ¿Qué nos ocurre? Que nos aferramos a lo que conocíamos, aunque no fuera tan bueno como el cambio que hemos propiciado.

Con frecuencia en mis sesiones, yo pongo el mismo ejemplo para facilitar la comprensión del cambio. Cuando nos acostumbramos a algo, incluso si nos hace daño o nos perjudica continuamos haciéndolo porque tenemos el hábito adquirido. Somos capaces de recorrer kilómetros por la montaña con una rozadura en el pie, simplemente porque ya nos hemos habituado. El dolor está ahí de fondo latente, pero ya me he acostumbrado. Entonces, soy capaz de ir y volver haciendo esa ruta sin pensar que tengo una herida en el talón del pie.

Sin embargo, parar la marcha, curar el pie, poner un vendaje si fuera necesario, desinfectar las heridas son acciones incómodas. Alteran nuestra ruta, nos frenan, aunque sabemos que, a corto plazo, implican una mejora considerable.

Con los cambios nos ocurre lo mismo.

El cambio tiene que adaptarse que instalarse en nuestras vidas. Hay veces que puede que nos produzca molestias, pero, probablemente, hay que dar un margen de tiempo para evaluar si ha sido beneficioso y procura lo que buscábamos.

Analizar cómo van evolucionando los cambios que propiciamos es una tarea imprescindible. No vale cambiar por cambiar. No hay que cambiar porque sí. No hay que cambiar sin un motivo. Hay que cambiar con un objetivo claro.

En un proceso de coaching, esta es una tarea habitual: facilitar cambios. Cambios que no siempre son fáciles, pero que, una vez instalados y cimentados, deben contribuir a alcanzar el objetivo que nos propusimos. A largo plazo, habrá que analizarlos para comprobar si realmente se cumplieron los objetivos que motivaron el cambio.

Sin embargo, hay algo fundamental que no debemos pasar por alto: no siempre el cambio es inmediato ni sencillo de aceptar. A veces, la incomodidad inicial nos hace dudar de nuestra decisión y añorar lo anterior. Nos enfrentamos a ese tira y afloja entre lo conocido y lo nuevo, lo cómodo y lo incierto.

Aceptar el malestar inicial forma parte de la evolución personal. Es normal sentir inseguridad, preguntarse si valió la pena o si fue una buena decisión. Pero es precisamente en esos momentos de duda donde podemos aprender más sobre nosotros mismos. Ahí es donde descubrimos nuestra habilidad para adaptarnos y superar obstáculos, incluso cuando el camino parece cuesta arriba.

Cambiar implica asumir riesgos. Nadie garantiza que el resultado sea perfecto o inmediato, pero lo importante es mantener el compromiso con nuestros objetivos. Permitirnos el tiempo necesario para evaluar el impacto, ajustar lo que sea necesario y aceptar que no todo cambio será instantáneamente positivo.

En última instancia, el verdadero poder del cambio no reside solo en lo que conseguimos, sino en cómo nos transformamos a lo largo del camino. Nos fortalece, nos desafía y nos invita a cambiar de zona para explorar nuevas posibilidades.

Imagen © Freepik

Si quieres recibir los recursos gratuitos del blog, suscríbete.

Política de privacidad

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *